“La casa clausurada I”
Aquella madrugada, la tierra se estremeció, un terremoto, la sacudió; muchas casas se cayeron, otras como pudieron, se sostuvieron y las puertas canceladas se abrieron...
Fue por aquellos días, del mes de febrero, con las clases suspendidas y las calles en escombros, cuando caminaba por el barrio de la Candelaria; allí algunas casas se habían caído, el local del negocio de mi padre destruido y la iglesia de San José en ruinas. Haciendo un recorrido, pasamos por la casa de Miguel Ángel, por aquellos días, la casa no tenía esa placa, pero todos los del barrio sabían que aquella era la casa del escritor galardonado con el Nobel de literatura. La puerta estaba abierta y la casa en su exterior permanecía de pie, como un perro fiel esperando a su dueño.
Al ver la puerta abierta, tuvimos curiosidad por entrar a aquel lugar, que desde hacía años, permanecía clausurado pues su dueño estaba exilado, aunque para aquel año ya había partido al otro mundo, pero la casa no lo sabía.
Entramos a la casa de Miguel Ángel, era una casa abandonada a su suerte y sin embargo, a lo lejos se escuchaba el eco de una máquina de escribir y en medio de paredes caídas, vidrios rotos y alfombras de polvo y más miedo de niños que valentía, avanzamos, abriéndonos paso entre telarañas y escombros.
Las paredes principales de la fachada, permanecían de pie, así como las de algunos cuartos; aquellas paredes verdes descoloridas y azules en su letargo, parecían querer hablar, pero el fantasma de Cara de Ángel las hizo callar.
Las láminas del techo de zinc, parecían quejarse, cada vez que las tocaba el viento, no supimos distinguir si era un quejido o un llanto, yo sentía temor de espanto, de que alguien apareciera, pero las cortinas de telarañas, extendidas en todo lugar, daban testimonio jurado, de que ha esa casa, desde hacía tiempo, nadie había entrado.
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#Miguelangelasturias
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